Virfluck: El mundo puente (Asuna)

El cruce dimensional tenía un efecto bastante extraño en Jellal. Le dolían las piernas y estaba algo mareado. En este mundo tan raro, el aire se notaba mucho más denso, y el olor del césped era como de fresas, esas inmensas alfombras que se extendían al infinito y se mecían acompasadas con el viento. El firmamento tenía una tonalidad naranja tirada a un violeta intenso. A unos cuantos kilómetros estaba el mar, y arriba en las alturas, bandadas de gaviotas. Sí, no era un mundo diferente al de la Tierra.

Una noche se encontró unos apuntes en que una terrible profecía vaticinaba que un ejército de diablos asaltaría el país del sol naciente. ¿Será verdad? Solo había visto que este texto estaba en japonés y con el nombre de Asuna. Se lo llevó a su habitación e intentó por internet buscar quién era. Justamente, resultaba que era una nueva alumna de la Academia Legacy, y habló con ella mediante el chat.

"La Ópera Máxima de Belfegor", una obra teatral escrita por Angelo Galtieri en el renacimiento, era un trabajo poco conocido, pero muy raro y terrorífico. Las leyendas urbanas rezan que este individuo tan siniestro hizo un pacto con el mismísimo diablo para riquezas y fortuna, a cambio de entregar sus oscuros evangelios. No obstante, algo había salido mal, y ahora un peligro se cernía sobre la humanidad.

Urgente motivo.

Había que llegar a este mundo pues era el "puente" entre una dimensión demoníaca y el planeta madre de sus amigos. No iba a dejar que hordas de engendros atacaran la Academia o Japón, y por eso mismo se aventuró a este mundo completamente desconocido. Llevaba su mochila en la espalda en la cual estaban todos los implementos para poder supervivir. Había comprado unos malvaviscos especiales de chocolate, y así cuando viniera la noche, los asaría en la fogata.

A lo lejos ve una luz y una carpa. Debía ser su compañera Asuna. Sí, tenía que ser ella, y mientras caminaba hacia la cima de aquel cerrito de serpenteante césped, mueve su brazo derecho de un lado a otro. — ¡Hola! ¡Ya llegué! — gritó para romper con el silbido del viento. Se aproximó hasta el campamento, y depositó su mochila al lado de una caja de madera. De seguro serán provisiones. Alzó la mirada, y se hundió en los orbes marrones de la contraria.

Nunca pensó... que este viaje y la presencia de ella lo marcarían de por vida.

Realmente pensó en llevar aquel misterio por su cuenta. Apenas acababa de llegar al lugar y, de hecho, el resto de estudiantes habían sido muy amables con ella, mas sin embargo no podía confiar algo como eso a cualquiera. Para su mala suerte (o al menos eso pensó al inicio) en ocasiones pecaba de torpe, y terminó perdiendo de vista los rigurosos apuntes que había conseguido reunir. Fueron algunos días de mucho nerviosismo, no sabía por dónde comenzar a buscar ni en qué manos habría acabado esa valiosa información. Pero, finalmente, alguien terminó dando con su persona mediante la red.

No estaba ni mucho menos acostumbrada a la clase de cosas fantásticas de las que constaba su vida actualmente, pero para perseguir sus metas se había estado esforzando mucho. Tal y como había sido educada, se aseguró de llegar antes al lugar acordado. Quiso dejarlo todo ya preparado para la llegada de su compañero, y realmente estaba emocionada de realizar su primer "salto de mundo". Se sentía la protagonista de una increíble historia de acción, pero sabía bien que aquel asunto era algo serio, no se lo tomaría a la ligera.

Para cuando comenzó a escuchar las pisadas ajenas, ya se había incluso acomodado. Había extendido un amplio mantel sobre el césped, y así mismo dejado en el medio de este una cestita de madera que contenía varios sándwiches iguales a los que había aprendido a hacer en su momento en Sword Art Online. Siendo que tenía unas considerablemente buenas habilidades culinarias, no iba a presentarse allí con las manos vacías. Fue así que, justo cuando aquella voz masculina llegó a sus oídos, rápidamente buscó con la mirada al portador, terminando por dedicarle una amable sonrisa.



¡Hola! Debes de ser Jellal, ¿cierto? ━ Preguntó lo evidente, pero lo cierto es que aún no se habían presentado debidamente en persona. Conforme él terminó de acercarse se hizo un poco a un lado allí donde estaba sentada, como si le invitara a tomar asiento a su lado.

Sin duda iba a ser una aventura única en su vida, una experiencia inolvidable que transmitiría a las siguientes generaciones.

Asintió con la cabeza, y aprovechó para ver el impresionante paisaje. Pocas cosas llamaban la atención del peliazul, pero esta tierra realmente le había quitado el aliento de sus labios. Cerros y praderas alfombradas de pasto, y un gran cielo anaranjado que se imponía. El sol que se estaba enterrando en el horizonte. Sí, le recordaba a su vieja Earthland, mundo natal del joven Fernandes. — Sí, soy Jellal, — comentó y tomó asiento a su lado. Asuna se notaba como una muchacha jovial y cándida, bastante servicial,— ¿Está muy difícil la cosa acá? — sacó de su mochila dos barras de cereales, y le extendió una a la contraria para convidarle.

— Soy compañero tuyo, y por eso creo que mereces saber quién soy — cerró los ojos y colocó ambas manos sobre sus rodillas. Ella debía saber quién era para ganar algo más de confianza. — No vengo de la Tierra. Soy un mago de cuerpos celestiales, y vengo de un mundo llamado Earthland. Llegué a Legacy al cruzar una puerta interdimensional. — El muchacho se puso de pie, fue al sitio de la fogata, junto algo de yesca, algunas ramas secas y encendió un fósforo. La noche iba a llegar muy pronto, y era mejor estar preparado.

— ¿Qué me cuentas de ti, Asuna? — preguntó, y alzó la mirada hacia arriba en donde pudo notar como los tonos naranjas se hacían cada vez más violáceos, al tiempo que unas cuántas pintas centelleantes se hacían notar. La fogata comenzó a arder con un fuego bastante lento, pero reconfortante. No quiso usar sus poderes, pues tal vez los necesitaría para más adelante. Buscó por el lugar dos piedras más o menos rectangulares y las colocó cerca para que fueran como asientos. Estaba listo.

Así cayó la noche. No se escuchaba casi nada salvo algunos grillos que debían estar cerca. Si no fuera por las flamas, habría bastante frío.

El de la marca sacó un papel con la obra del músico italiano. El texto estaba en japonés, pero igual lo podía entender. "La Ópera Máxima de Belfegor" escondía oscuros secretos allí, y bien tétrico era si se decía que su mismo autor hizo un pacto con el diablo. — ¿Cómo encontraste esta obra? ¿Te gustan las obras teatrales? — interrogó mientras veía las estrellas y sentía como algunas ramas de la fogata crepitaban y chasqueaban. — En mi mundo, hay un cuento sobre una princesa que cuya madre la desterró de su reino — contó a modo de anécdota. Ya era muy tarde, y estaba cansado. Tomó un suspiro enorme y botó por la boca.

Acto seguido, mira la carpa ya hecha, y cuenta a modo de chiste — Qué bueno hay que suficiente espacio para los dos — sonríe, -cosa muy rara por cierto- y abre la bolsa de los malvaviscos, empala uno y le pasa la varilla a su compañera. Sí, era una misión importante, pero era momento de olvidarse de esas cosas.

Frente a la primera cuestión que recibió de su acompañante peliazul, la joven tan solo negó tranquilamente con la cabeza, por supuesto sin perder la sonrisa. ━ De momento no ha ocurrido nada, desde que estoy aquí. ━ Aquella sonrisa fue borrada tan solo en el momento en que le fue ofrecida aquella barrita. ━ G-Gracias. ━Mencionó al tomarla. Era cierto que ella misma había preparado comida para ambos, pero recibir algo de él nada más verlo le causó algo de vergüenza.

Las siguientes palabras que llegaron a sus oídos sin duda atraparon su atención. Aunque de cierta forma también le causó algo de inseguridad, puesto que pensó que le contaría algo terrible al haber usado las palabras "mereces saber". Sin embargo al ver que no fue así, de nueva cuenta sonrió. ━ ¡Eso es increíble! Tu mundo... ¿es un buen mundo? ━Tal vez se había apresurado a la hora de referirse a ese hecho como algo increíble, así que buscó saber un poco más sobre ello. Eso sí, mientras se comía la barrita.

Su mirar acaramelado seguía atento cada acción de su contrario. Después de todo aún no lo conocía apenas y no iba a perderlo de vista, aunque no se mostraba precisamente desconfiada a simple vista, sino amable, debía ser cautelosa, eso le había enseñado la vida. ━ ¿Yo? Bueno... A diferencia de ti, no soy nada impresionante. Yo sí provengo de la Tierra, soy una humana. Lo único que me puede diferenciar fueron los años que estuve atrapada en Sword Art Online... Fue allí donde aprendí a luchar. ━ Hizo una breve pausa, dándose cuenta de que tal vez había omitido un dato importante. ━ Oh, por si no lo sabes, SAO es un juego de realidad virtual. Muchos jugadores quedamos atrapados allí, y si moríamos en el juego, lo haríamos también en la vida real. Muchos perdieron sus vidas allí. ━Conforme relataba aquella vivencia, fue bajando la mirada. Justo en ese momento la tenía fija sobre el mantel de picnic de tonos azules y morados que descansaba sobre el pasto.

Pudo sentir la pronta disminución de luz en aquel lugar en el que actualmente se encontraban. El peliazul había decidido encender la fogata en el momento justo, y eso le hizo pensar que definitivamente tenía que tener más experiencia que ella en la realización de misiones y su correspondiente búsqueda de supervivencia. ━ ¡Ah, b-bueno!... Supongo que buscaba otros pasatiempos... De algún modo esa obra captó rápidamente mi atención. ¿Tal vez tenga alguna clase de instinto para captar lo extraño?... ━ Rió levemente por su propio comentario, mostrando aquella tierna sonrisa de nuevo y asintiendo ante lo que dijo su compañero. ━ ¿Es así? ¿Qué hizo para que la desterraran? En... las acampadas se cuentan historias, ¿no? ━ Intentó estar a la altura, aunque se dejó notar algo nerviosa.

Se mantuvo en silencio unos momentos, hasta que tuvo la varilla con el malvavisco en su mano diestra. Sosteniendo bien este mismo para que comenzara a calentar el pequeño aperitivo, respondió. ━ Lo siento, es... ¿demasiado pequeña? Tan solo encontré una para dos personas en mi casa. ━ se mostró algo preocupada cuando dirigió su mirada a su compañero.

Creía entender lo que decía, y es que sinceramente, la Tierra le parecía un mundo interesante a Jellal. ¿Cómo estos humanos se las arreglaban sin magia? Tuvieron que recurrir a la tecnología para suplir todas sus carencias haciendo cosas magníficas como internet y realidades virtuales dentro de máquinas. El peliazul se bebía cada una de las palabras de Asuna, intrigado de por qué había ingresado a esa especie de "mundo irreal-real", no podía concebirlo de otra forma. Solo le dio un toquecito en el hombro. No era la única que había pasado tanta desdicha.

— Pasatiempos... — murmuró, — si no fuera mago, me hubiera gustado ser astrónomo, — comentó mientras las primeras pintitas luminosas aparecían en el cielo azul oscuro. Curiosamente, la magia de Jellal se relacionaba con las estrellas y los cuerpos celestes. Tuvo que convertirse en uno a la fuerza. — Eso siempre quise saberlo. Después de este viaje buscaré un trozo escrito de ese relato, — sonrió y cerró sus ojos. No se sabía muchas historias, libros de literatura había leído muy pocos. Solo leía sobre magia, y todos los textos en inglés porque el japonés le costaba un poco.

Se echó a reír fuerte, y le dijo que estaba bien. Pasaron dos horas de conversaciones triviales, y a Jellal le comenzó a dar sueño. — Asuna, disculpa, pero yo me voy a dormir, — se pasó ambas manos por sus mejillas como intentando quitarse ese letargo de encima. Acto seguido, dejó sus botas colgando sobre una varilla al lado de la carpa, y se metió. Sintió como una especie de aroma agradable, y se recostó. Dentro, el viento se escuchaba distinto. Se tapó un poco y pensó en lo que pasaría mañana.

De pronto, escuchó algo moviendo la carpa. ¿Era Asuna? Ya no importaba. Se estaba quedando domido lentamente. Le daba un poco de miedo pasar la noche en un mundo del que nada conocía y que supuestamente era una especie de "nexo" entre la Tierra y una dimensión infernal. Pero confiaba en sus poderes, y en que la castaña tenía las competencias necesarias como para enfrentarse a cualquier rival. Se estaba quedando dormido, y finalmente, cedió sus pestañas para irse a negro y descansar.


Abrió los ojos y estaba todo claro. Los incipientes rayos del sol tocaban la carpa e iluminaban su interior. Olía a comida. Carne, papas, zanahoria... ¿Un estofado? Olía realmente delicioso.

Aquella primera noche en compañía del peliazul realmente había servido para hacer migas. Habría mentido si dijera que aquel encuentro no le hizo sentir nerviosa al principio, pero, al final, terminó disfrutando al máximo las horas de charla que tuvo junto a su nuevo compañero, el cual realmente le agradó.

No fue a dormir mucho después que él, por la sencilla razón de que, aunque se iba a tomar un pequeño rato para pensar admirando las estrellas, se alertó al escuchar el crujir de una rama no muy lejos de donde estaban. De hallarse en la Tierra, habría llegado a la conclusión de que era cualquiera animal, pero en ese momento se encontraba en un mundo completamente nuevo, y aún no había podido ver qué clase de criaturas vivían allí. Por ello fue que se apresuró a también entrar en la tienda.

Al siguiente día, despertó temprano. Tal vez era el hecho de saber que se encontraba en un lugar desconocido, lo cual hacía que sus sentidos estuviesen alerta, lo que la hizo salir del sueño apenas con los primeros rayos de sol. Echó un vistazo a la otra parte de la tienda, confirmando que su compañero aún se encontraba dormido, sonrió y se puso manos a la obra con lo que planeaba.

Una vez salió de la tienda, se apresuró a tomar los ingredientes de una pequeña neverita móvil que había llevado. Probablemente aquella mañana sería lo único de cocina como tal que podría tomarse la libertad de hacer antes de emprender como tal su aventura, así que puso su alma en ello. Hubo preparado aquella receta en un cazo bastante grande, el cual sostuvo con tres grandes palos de madera (el utensilio colgado de uno de ellos, y los otros dos a los lados para sostener) dejando abajo una pequeña fogata. De ese modo fue que preparó un buen desayuno, procurando que ambos tuviesen las energías más que suficientes para aquel primer día de aventura. Después de tenerlo listo, simplemente tapó el cazo para que la comida no perdiera calor y esperó sentada de rodillas a un lado hasta que el peliazul despertó. ━  Ara, buenos días. Jellal-kun, ¿pudiste dormir bien? ━ Le cuestionó una vez que lo vio asomarse por la tienda, mostrándole, cómo no, una amable y dulce sonrisa.

El muchacho ante la pregunta se sobó los cabellos azules, y tapó la boca para dar un largo bostezo. La luz del sol le encandiló la vista, pero el panorama era absolutamente magnífico. Definitivamente como sacado de otro mundo. — Bien ¿y tú? Gracias, — le correspondió la sonrisa y sacó dos sillas plegables para ambos de su propio bolso. Este viaje iba a ser cansador, y sentarse en el piso podría ser algo incómodo. Peor si alguna clase de bicho venenoso y desconocido se les metiera por un bolsillo o los calcetines.

Jellal solo le preguntó unas cuántas cosas normales: qué edad tenía, cómo la consideraban sus amigos, y qué pensaba de este mundo. Cerró los ojos y extendió la palma de su mano para cubrir el sol, y así disfrutar de una pequeña brisa que soplaba y movía las grandes nubes algodonadas. El peliazul suspiró, y luego sacó una hoja con el resumen de la obra en su propio idioma. — En la obra, Alba es capturada por esa sombra negra, y no solo eso, sino que vaticina el fin del mundo. — Una princesa de Venecia que huyó a Austria para estudiar arte. Se rascó la patilla y comenzó a releer el texto.

— Según esto, Alba se quedó atrapada en ese "limbo" o "inframundo", y la única forma de verla es mediante un reflejo, — posó el papel en sus muslos y se tronó los huesos de las manos. El asunto realmente le intrigaba bastante. — Asuna ¿Me puedes dar el gorro verde? Está cerca del espejo que está colgado en la carpa. — Sentenció, y de nuevo miró hacia el cielo. No se veía ninguna ave. Nada, pero nada de nada. La quietud de este lugar, paradójicamente, transmitía inquietud.

Es como si este mundo estuviera completamente desierto, pese a ser tan bonito y mostrarse "lleno de vida". Indudablemente, algo extraño se escudriñaba en estos parajes tan hermosos e inhóspitos a la vez.

"Iih" escuchó, pero no le prestó mucha atención. Sonrió ladinamente al pensar que una roca se había colado por su calzado, o bien hubiera pisado fango, cualquier cosa que asustarían poco a una muchacha. Movió su hombro izquierdo y lo hizo tronar, luego con el otro, y solo sintió como la brisa hacía flamear sus cabellos disparatados y garzos. Simplemente se dedicó a leer algo más de esa extraña y misteriosa obra, que rezaba la leyenda que un seguidor del mismísimo diablo la había escrito. Cerró sus ojos, y dejó volar su imaginación.


Asuna era una chica que lucía agradable, mas no conocía más allá de su sonrisa ni de su historia general. Era ya de noche, y solo había una fogata que chispeaba a unos cuantos metros de su nueva instalación. Diría él que habían caminado en total unos ocho kilómetros en línea recta. No había señales de animales ni de insectos. Solo plantas y árboles habitaban este mundo tan extraño. La anécdota del viaje: Jellal se había caído y estampado su cara con el barro. El pobre quedó lodoso, pero qué bien que era calentar una regadera y ducharse.

Solo una cortina atrás de la carpa las hacía como sector de ducha. Se pasaba el jabón vigorosamente mientras el sonrojo se adueñaba de sus mejillas. — Yo te diré cuando salga, — avisó algo tembloroso mientras se bañaba. Tomó la toalla, se secó y se puso su pijamas: un mameluco de color azul y tela de algodón y motivo de avioncitos. Sí, ahora podría ir a dormir con tranquilidad. Se metió a la carpa, con un olor a champú de bebé, y estrujó la frazada, para cerrar los ojos.

— Oye, Asuna. ¿No has sentido nada raro al lavar tus manos al lago? — preguntó mientras esperaba una respuesta de la castaña. No había viento ni nada. Otra vez ese silencio incómodo se hizo presente, dando a entender que en ese mundo no estaban completamente solos, sino que algo o alguien escuchaba atentamente a sus palabras.

Arquéo sus cejas algo sorprendido. ¿Asi que la leyenda era real? Definitivamente no le entraba en la cabeza cómo toda esta teleserie podría ser verídica. Jellal, clavando su curiosa mirada en los ojos de Asuna, simplemente la aterrizó y se acomodó, para pensar en silencio. Se le veía un poco tenso, después de todo, estaban pisando un mundo desconocido, y con una historia descabellada sobre una princesa que fue encerrada y una dimensión de espíritus demoníacos. Solo suspiró y extendió la mano para apagar la lámpara.

— Yo también la he visto. Me alegro de no haber enloquecido en este lugar... aunque tal vez sea mejor que no le prestemos atención hasta llegar al portal, — sentenció, para luego tapar un bostezo y retorcer sus frazadas para acomodarse. Ese día sí que había sido cansador, y tenían que guardar energías para más caminata. El sueño se estaba comiendo lentamente a Jellal, hasta que finalmente cedió.

¡DESPERTAD! ¡HUID DEL LUGAR! ¡DEBO ESTAR ACÁ PARA DETENERLOS! ¡SOY EL SELLO!

¡DESPIERTA, ASUNA!

La luz del sol se filtraba por la carpa. Con los labios entreabiertos y ojos totalmente cerrados, Jellal dejaba reposar su cabeza sobre el pecho de Asuna de forma plácida. — Erza...  — susurró y hundió la cara en el pecho de la castaña. Estaba profundamente dormido cual bebé encima de su mamá. Como siempre, ningún tipo de sonido. Solo el viento haciendo raspar a los arbustos entre sí.